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  • The defence of this institutional apparatus against the resi

    2018-10-25

    The defence of this institutional apparatus against the resistances and oppositions that the neoliberal order generates is not a pretty business (Gutiérrez Sanín & Schönwälder, 2010). It involves a militarized policing of geographical and social boundaries, with punitive expeditions and occupations that suspend any rule of law. The shock treatment that establishes neoliberal regimes creates liminal zones in which the criminality of the powerful flourishes, as seen in the aftermath of one of these punitive expeditions to the GDC-0941 world, the US invasion of Iraq (Whyte, 2007). But the anger that drove socialist and anti-colonial movements remains alive in the neoliberal era. The conditions of mass poverty, growing inequality, and blocked development have created great cultural disturbances around masculinity (Ghoussoub, 2000). And with the death of the egalitarian hopes historically expressed in the Pantjasila in Indonesia, in Ambedkar\'s constitution of India, in China\'s peasant revolution, in CEPAL, in Arab socialism, in the triumph of the ANC—other forms of opposition have developed which are emphatically not egalitarian. The dynamics of neoliberal globalization have generated oppositions and conflicts that, in gender terms, take the shape of masculinity challenges. This is familiar in studies of interpersonal violence (Tomsen, 1997). Here, they are projected on a larger scale, and in contexts where military weapons turned on civilian targets often suit the strategies of the protagonists. That is to say, the global elites are increasingly confronted with dispersed oppositional masculinities that work in novel ways and have few inhibitions about violence, from Islamic State to Los Zetas.
    Las “guerras en torno a la sexualidad” En el capitalismo tardío, la búsqueda de placer sexual ha transformado el paradigma de la sexualidad y se ha pasado del sexo procreativo al sexo recreativo. En la sexualidad, y en concreto en las relaciones sexuales, se organiza la vida social y las personas son clasificadas según esquemas que valoran o estigmatizan ciertas prácticas y conductas. Por eso una relación sexual nunca es simplemente el encuentro de dos cuerpos, sino que también es una puesta en acto de las jerarquías sociales y de las concepciones morales de una sociedad (Illouz, 2014). Desde finales de la década de 1960 e inicios de la de 1970, la libertad sexual de las mujeres fue una reivindicación sustantiva de la segunda ola feminista. Y desde muy temprano surgieron profundas diferencias en la conceptualización de GDC-0941 la llamada “prostitución”. Si bien las Sex Wars han ocurrido principalmente en el movimiento feminista estadounidense, su influencia teórica y política ha enmarcado la disputa feminista en todo el mundo. Esto responde a motor neurons lo que Bolívar Echeverría (2008) calificó como la “americanización de la modernidad”, o sea a que la tendencia principal de desarrollo en el conjunto de la vida económica, social y política es la americana. Por eso no es rara la americanización del debate feminista mundial, por el papel determinante que han tenido las publicaciones y el activismo de las feministas estadounidenses. A finales de 1971, en una conferencia en Nueva York sobre “La eliminación de la prostitución” se dio una álgida confrontación entre feministas y trabajadoras sexuales, a la que asistió Kate Millet. Dicha confrontación dividió a las feministas, y algunas secundaron la postura reivindicativa del trabajo sexual de las hookers. Dos años después, Millet publicaría The Prostitution Papers, donde consigna que “las feministas ven esta objetivización sexual como deshumanizante y degradante, y la degradación peor es la que experimentan las mujeres que venden sus cuerpos para ganarse la vida” (Millet, 1973, p. 13). Para esas feministas neoyorkinas el problema de fondo era la brutal comercialización de los cuerpos de mujeres por el patriarcado capitalista, mientras que del otro lado de la Unión Americana, en California, surgiría una distinta reflexión política: la necesidad de activismo a favor de los derechos de las trabajadoras sexuales. En 1972, varias amas de casa —entre las que había lesbianas y prostitutas— fundan Whores, Housewives and Others (WHO) en California para luchar contra “la hipocresía de las leyes que controlan la sexualidad femenina, especialmente la prostitución” (Chateauvert, 2013, p. 22). Diez años después, en 1982, la National Organization for Women formó un comité sobre derechos de las “prostitutas” al mismo tiempo que estalló la confrontación pública entre feministas durante la famosa Conferencia sobre Mujeres y Sexualidad, realizada en Barnard. Dicha conferencia visibilizó públicamente las profundas diferencias entre las feministas que veían toda relación sexual (incluso la mercantil) como liberadora y las que la conceptualizaban como opresiva, y se exhibió la confrontación entre feministas pro-trabajadoras sexuales y feministas anti-prostitución. El contraste entre esas dos posturas se sostiene hasta la fecha.